Eric Clapton – El canon de Clapton
¿Eric Clapton por qué se convirtió de súbito en Dios -un dios joven y efímero como Jesús mismo-, justo en los sesentas, cuando dio comienzo el oscurecimiento de nuestra actual civilización?…
Quizá por eso: porque entramos en franca decadencia. La posguerra había levantado la economía del mundo, ciertamente; sin embargo, el espíritu de las nuevas generaciones lucía agotado por tantas guerras de exterminio en el siglo. Las palabras ya habían dicho todo lo que tenían que decir y no había más horizontes de optimismo. Al menos eso sentía el nihilismo intelectual de Europa.
Lo cierto es que a mediados de los sesentas, con la beatlemanía recorriendo al planeta como un sueño evasivo, la guitarra de Eric Clapton se fue destacando como el instrumento indiscutible de divulgación de una nueva prédica entre las multitudes de jóvenes sin brújula que se aglomeraban en conciertos al aire libre; ahí escuchaban con devoción otro tipo de mensaje alternativo -accesible y supremo a la vez. Una vez agotadas las retóricas verbales, sobrevino otra hecha por vibrantes notas musicales regidas bajo una rítmica de embrujo: el blues-rock.
Y de veras que con sus manos, el músico oriundo del condado de Surrey, Inglaterra, hizo milagros. Cambió la manera de percibir al mundo: Una revolución cultural a base de requintos electrizantes que sacudieron las mentes y abrieron nuevos parámetros sociales.
Es verdad que profetas con guitarra hubo muchos y muy buenos en aquellos tiempos -incluso mejores que Eric Clapton.
Basta pensar en Hendrix. Sin embargo, estos magos de las cuerdas no dejaron escuela. Jeff Beck, por ejemplo, siempre fue demasiado experimental y, por lo mismo, difícil de seguir. Y Jimmi Hendrix era prácticamente imposible de imitar: en primera, porque era zurdo; y en segunda, porque tenía las cuerdas ordenadas exactamente al revés. En cambio, el maestro Clapton fue más didáctico: trazó un camino de pautas que fue seguido por cientos y luego miles de guitarras en todo el mundo. El canon de Clapton.
A no dudarlo, su periodo verdaderamente evangélico ocurrió durante las giras artísticas de la banda Cream,
por ahí de los años 67 y 68. Cierto que antes, cuando integró The Yardbirds durante la Ola Inglesa, el chico ya mostraba aptitudes para un sonido más poderoso; y también que al integrarse a la banda de John Mayall (el gran bautista de este relato), el joven Eric ya punteaba su Stratocaster con calambres de antología; escúchese si no este clásico fundacional grabado por los Bluebreakers en que el requinto hace una primera convocatoria sónica:
https://www.youtube.com/watch?v=rUUEtCBhn_Q&list=RDrUUEtCBhn_Q&start_radio=1
Pero la auténtica campaña de divulgación de esta especie de Nueva Verdad del Rock ocurrió con el trío que Clapton Integró
Junto con Jack Bruce (al bajo) y Ginger Baker (en la batería). Sin apóstoles es imposible predicar… Grabaron algunos discos de estudio importantes, como Disraeli Gears (1967), en los que Cream expuso de qué iba su catecismo rockero y decadentista: explosión e incendio de las formas de percepción y de los sistemas hasta entonces establecidos de representación de la vida. El conocidísimo riff de “Sunshine Of Your Love” o las notas guitarrísticas alargadas de “Strange Brew”, oprimiendo con las yemas de los dedos en intenso vibrato las cuerdas, fueron aproximaciones mayores a lo que sería la revolución sensible lanzada desde los escenarios por el supergrupo.
Sin embargo, es muy probable que el más importante sermón de estas giras se haya dado en el Coliseo de Oakland
-al menos, de ese evento tenemos un registro impecablemente grabado que testimonia la revelación que Eric Clapton prodigó a sus fieles seguidores. Consistió en un nuevo relato para la posmodernidad, compuesta por historias de sonidos galvanizados de pasión y libertad narrativa.
La prosodia de esta otra sintaxis estuvo asentada en esa suerte de toings hasta el cielo que emulan las grandes interpelaciones multitudinarias de los profetas: “¡Hey! -parecen decir los solos de Clapton- ¡Escúchame! ¡A ti me dirijo con estas notas, chavo extraviado, abandonado a tu suerte! ¡Ponte buzo!”… Fue un sonido dirigido a los riñones atrofiados de la juventud industrial, un llamado a activar las neuronas desconectadas por el desastre de la enajenación de Occidente. Una convocación a hacer una lectura alternativa de nuestra manera de estar en el mundo.
Y todo ello sin palabras -tan solo con fraseos musicales que se establecerían por décadas en el inconsciente colectivo como una forma de caminar rítmicamente por las calles, una manera de viajar en auto por las carreteras a todo volumen o de tararear en sordina durante los grandes tramos de soledad contemporánea que debemos atravesar. Un modo, en suma, de resistir.
Quizá el discurso bluesero que yo pudiera ofrecer a manera de ejemplo mayor, sea la interpretación en vivo de “Spoonful”
-una vieja rola de Willie Dixon. En ella podemos apreciar toda la cabronería que es necesaria adquirir como equipo para atravesar este ocaso civilizatorio con un mínimo de sentido. Hela aquí:
Después de su episodio con Cream, tanto Dios como el Diablo abandonaron el interés y su disputa por el cuerpo y la persona de Clapton. Lo abandonaron a su solista suerte para que dejase el blues atrás y conquistara otras audiencias más conformistas -hasta la fecha todavía fascina a algunas doñas despistadas. No importa: aquel joven músico inglés ya había tocado lo que le correspondía en esta vida.